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emilianabalmaceda

November rain

Actualizado: 22 jun

Se abren las puertas de la Iglesia, y aparece la diosa de Stephanie Seymour caminando hacia su amado, tal vez, acostumbrada, como si se encontrara en alguna pasarela de Versace, Chanel o Victoria´s Secret, sobre la alfombra roja, enfundada en un vestido espectacular. Es cierto, porta un rictus extraño, pero lleva un vestido espectacular.



El traje del diseñador libanés Mohammed Ashi se roba los primeros planos. La cámara enfoca las piernas eternas de Seymour que, tras sus pasos, deja entrever un osado portaligas. La lente trepa hacia el centro, descubre un sofisticado vestido blanco, que, transgrediendo las reglas de etiqueta y moral, se impone con una minifalda brutal; en la parte trasera, el género se alarga hasta arrastrar la tradicional cola, cuyos bordes parecen no tener fin; la tela se dobla y continúa hacia adentro en un juego de efectos perfecto para dar un sensacional volumen. Clásicas mangas abuchonadas, estilo princesa, bien ajustado a la cintura, un leve escote, y un velo tradicional le cubre el rostro.



Volverías mil veces a esa imagen, rindiéndote al juego infernal de la belleza, la insinuación constante en las miradas de los novios que se cruzan, la piel que apenas asoma de la novia impoluta, el regocijo del amor correspondido, casi que te vas por las ramas, como la pasión misma, mientras tus papás se pasean de la mano en el jardín, pero no te diste cuenta, una vez más, y te despierta el ruido de los portazos, tu mamá llorando por los rincones, y mil planos después, una discusión, varios empujones, un arma y el grito final; de pronto, una nebulosa, y algo se rompe desconsoladamente.


Fuente: Web



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